jueves, 21 de abril de 2011

Las vueltas que da el olivo las heredará la aceituna



Fotografía de Domenico/Kiuz en Flickr con licencia creative commons

El título del post es un viejo y sabio refrán andaluz, cuya pista se pierde en la noche d e los tiempos, casi como el ancestral origen del olivo ( Olea Europaea). Dicen que este milenario árbol proviene del Asia Central. Hoy está presente en toda la cuenca mediterránea y en la simbología y folclore de distintas culturas y religiones que florecieron en sus orillas, entre ellas, como no, Andalucía, tierra de olivos donde las haya.
¿Quien no recuerda a los famosos y altivos aceituneros de Jaén, ese bello poema, casi himno de Miguel Hernández inmortalizado por Paco Ibáñez ?



No hace mucho tuve un accidente al caer de un olivo en una finca de mi familia. Me partí el tobillo. El caso es que al toparme leyendo un libro con este refrán, me ha dado por reflexionar sobre él y sobre mí mismo. En su momento y durante mi obligada inmovilidad por la lesión, leí y dibujé. Y dibujé como terapia árboles...y olivos.

Ofrenda (I) 2010 (Ver imagen ampliada)

Es un árbol el olivo de crecimiento lunisolar y la torsión de su tronco, cuando alcanza la centenaria edad, es un prodigio que ha dado pie seguramente a este refrán andaluz. Su dura y fibrosa madera es muy codiciada por carpinteros, artesanos y escultores merced a sus atractivas vetas, obras de arte en sí mismas.

Y acordándome del olivo que Lola, Pilar y Daniel, los tres hijos de mi malogrado y desaparecido amigo, el pintor Lolo Pavón, plantaron y riegan en su huerta y en su memoria, vuelvo al dicho "las vueltas que da el olivo las heredará la aceituna".


Este refrán también nos dice de forma metafórica que los retorcimientos de su tronco reflejan el fluir generacional, en el sentido que somos completados por nuestros descendientes, que lo que es abierto y retorcido en nosotros, ellos se encargan de cerrarlo en una elipse lisa y perfecta: el fruto, la preciada y oronda aceituna que encierra en su interior no sólo todas las vueltas y retortijones del olivo sino también su no menos preciado oro líquido, el aceite, la joya de la corona de nuestra gastronomía, de gran parte de nuestra cultura y de nuestra salud.

Y a propósito de los "andares" y las vueltas de la vida, voy a citar otro refrán , esta vez del pueblo tarahumara , comunidad indígena mexicana de escasos setenta mil habitantes, oculta en los cañones de la Sierra Madre Occidental, a donde fueron a esconderse de los abusos de los exploradores españoles del siglo XVI . El refrán en cuestión dice algo así como que "tantas vueltas da la vida que por fin llega allí donde está". Y acordándome que hace tiempo leí un curioso ensayo que el polifacético escritor, pintor y dramaturgo Antoni Artaud escribiera allá por 1936 sobre los indios tarahumaras y su ancestral culto al peyote, un cactus con potentes propiedades psicotrópicas que recuperaría en los años 70 Carlos Castaneda con su popular saga sobre el chamanismo tarahumara a partir de la publicación de sus Enseñanzas de Don Juan. El caso es que habla Artaud en su ensayo acerca de la importancia que estos pueblos indígenas del norte de México dan al hecho de usar las piernas, andar o correr. Observa que muchas de sus fiestas populares consisten en carreras de resistencia y velocidad.

Al igual que algunos pueblos tibetanos, los corredores tarahumaras se atan pesos a su cintura para ir poco a poco despojándose de ellos en la carrera, sintiéndose más ligeros y libres. Dicen quienes los han visto que lo hacen como si el cansancio no existiera. Estos mexicanos pueden correr el ultra maratón más exigente a los cincuenta y pico de años, venciendo a atletas tres décadas menores, con una sonrisa en la cara. De hecho, Artaud habla de que entraban en un estado de trance al correr, que se sabían poseedores de una antigua tradición terapéutica en la que correr era un medio para alcanzar la iluminación y para llegar a un estado mental tal de excitación ultrasensorial que llegan a ver la realidad "como si la observasen con una lupa de varios aumentos". El caso es que también los tibetanos conocen esta técnica que ellos llaman "calor interno" o tumo. El chaman Krishnamurti contaba la parábola del viajero que había pasado la vida dando vueltas para llegar, por fin y ya viejo, a su propia casa y comprender que era eso precisamente aquello que había estado buscando durante tanto tiempo. Y así terminamos, a vueltas con la aceituna, sabiendo que todas las vueltas que da el olivo siempre sirven para algo.

Y me entero mientras redacto este post que hoy es el Día Mundial de la Tierra. Pues eso, como la tierra, el olivo. Todo lo que hagamos hoy por la Tierra nos lo agradecerán nuestros descendientes aceitunados.



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