miércoles, 29 de julio de 2015

#DestinoBerlín (I): Crónica de un Berlín imaginado

Fotograma de "El cielo sobre Berlín" de Wind Wenders.


Se  viaja de muchas maneras. Países, paisajes y ciudades que toman forma en nuestra imaginación. Como en ciertos sueños, uno ha estado en muchos lugares antes de estar. Los ha imaginado de niño en los mapas escolares, los ha visto en películas, los ha escuchado en las historias que cuentan las canciones o los ha recreado entre las páginas de los libros que ha leído. Sí, también los lugares tienen su música y sus historias y también viajamos con ellos. Y por supuesto, a través del arte y la fotografía uno ya ha viajado a  ciertos lugares. 

Esto sucede, por supuesto, con Berlín. Una ciudad dinámica, compleja y con una convulsa historia a sus espaldas. 

Así que esta primera crónica de mi  viaje a  Berlín, es en definitiva un crónica de un viaje anunciado, la crónica de un viaje imaginado a través de la escuela, del cine, de la música o del arte.  Empezamos…


Mapas.

De pequeño se me daba bien dibujar. Me encantaba,  además,  dibujar mapas en la escuela. Viajaba imaginariamente con ellos. También, por eso mismo,  se los hacía a mis compañeros menos diestros en el dibujo a cambio de favores u otras ayudas escolares. A fuerza de marcar con puntos una y otra vez las capitales, los mares,  los ríos y las montañas  uno aprendió Geografía y se hizo una composición de lugar de cómo estaba repartido y estructurado el mundo. Algunas capitales tenían  nombres exóticos,  que ya de por sí,  abrían la fantasía de un niño a imaginar mil y una aventuras en ellas:  Singapur, Ulan Bator,   Mogadisco o Yakarta .  Cada país de un color.  Un color minuciosamente aplicados con aquellos  entrañables lápiceros  Alpino que tenía en mi estuche de skay  de “tres plantas”. Y tengo el recuerdo de que  las fronteras las remarcaba  más fuerte del mismo color,  de forma que los mapas parecían alfombras o puzzles de colores. Luego uno  , cuando viaja por primera  vez,  se da cuenta de que los países no cambian de color al atravesar sus fronteras sino que más o menos siempre son siempre  el mismo color  gris.

 Ay, las fronteras.   Y  ahí estaba una ciudad llamaba Berlín, como capital de la extinta RDA,  que por supuesto  en mis mapas y en grandes  los mapas  que se colgaban de la pizarra,  llevaba un color distinto de la RFA,  cuya capital era la insulsa  Bonn.  Y por supuesto, yo aún no sabía nada del drama que suponía que  existiesen dos  Alemanias  y que llevasen dos colores distintos. Ni que dentro de Berlín hubiese también dos ciudades distintas y un infame muro que las separaba. Era un niño y los únicos muros que conocíamos eran las tapias de las bodegas  y lagares del pueblo donde nos saltábamos a coger hojas de morera para los gusanos de seda.




Cine

Luego, mucho más tarde, vino el cine. Ay, el cine.  Cuántas películas, cuantos lugares.  La primera y más nítida referencia que tengo de Berlín tal vez sea  “El cielo sobre Berlín” de  Wind Wenders. Recuerdo especialmente  esta maravillosa  toma aérea panorámica en blanco y negro desde la Columna de la Victoria ( Siegessäule) en Tiergarten.  Estando allí quise subir pero llovía mucho y no valía la pena porque la gente estaba agolpada en el mirador, así que en cierta forma  me conformo mejor  con esa mirada  poética  a través del personaje  de Wenders. Ya estuve allí, ya vi...



Tráiler


Y está, por supuesto,  Cabaret. ¿Quién no ha visto o escuchado a Lisa  Minnelli en Cabaret?



El loco Berlín de finales de los año 20 donde todo era posible y permitido. Intenté rastrear esa huella pero ya de aquel Berlín queda más bien poco, poco más que su historia sus recuerdos y sus imágenes. Tal vez la mítica sala Metropol de estilo Jugendstil (versión alemana del Art Decó), construida en 1906 por el suizo Albert Fröhlich  y que en un origen fue un “palacio de ocio” con cinco plantas  destinadas a salas de juego, cabarets, restaurantes y salas de fiestas. A finales de los años 20 Erwin Piscator lo adquirió y lo transformó en un teatro de variedades del que fue intendente y director. Más o menos de la época convulsa  en que se desarrolla Cabaret,  donde ya  se estaba fraguando el caldo de cultivo del  auge del Nacional Socialismo. Hoy el edifico se mantiene  más o menos restaurado (como casi todo en Berlín)  pie. La sala se llama ahora “Goya” pero tenía pinta de haber cerrado o estar de reformas o de obras (como casi todo en Berlín). Así son las cosas. El tiempo no perdona.

Antiguo edificio de la Sala Metropol,  en la actualidad

Y más referencias  cinematográficas. Por ejemplo,  la durísima “La caída de los dioses” (1969)  del realizador italiano Luchino Visconti donde junto a otras dos  de sus películas de su triología alemana ( ”Muerte en Venecia” y “Ludwing”) analiza el  vertiginoso ascenso del nazismo en la república de Weimar. O la neorrealista   “Alemania, año Cero” un duro  film casi documental de Rosellini,  rodado en el  desolado Berlín bajo los escombros de 1948.

Fotograma de "Alemania, año Cero"

 Y  para acabar estas referencias cinéfilas,  algunos títulos más: aquella película de culto llamada  Yo, Christiane F donde se retrataba la vida de una joven  en  el sórdido Berlín de drogas y prostitución de principios de los 80, las típicas películas que por aquellos años  veíamos  de tarde en tarde a precios reducidos en las llamadas entonces “sesiones golfas” de madrugada.


 Recuerdo especial, aparte de la aparición y la música de Bowie,  de la escena en que  la protagonista y unos amigos tras una noche de descontrol,  se refugian en lo alto de un edificio donde ven amanecer bajo la estrella giratoria y luminosa del logo de Mercedes-Benz, aún bien visible en el sky line de Berlín y que también aparece en la película de Wenders.



Y también, “Good Bye Lenin!” (2003), de  Wolfgang Becker,  que cuenta una curiosa historia de una madre firme defensora de los valores comunistas de la RDA  que  cae en coma y despierta tras la caída del muro y sus hijos deciden ocultarle el hecho y  hacerle creer que siguen viviendo como si nada hubiera pasado, en una especie de museo del socialismo.


Música



También a través de la música uno ha imaginado Berlín.  El punk operístico de Nina Hagen me puso musicalmente a Berlín en el mapa.  A propósito del punk,  los mismísimos Sex Pistols hablaron del Muro de Berlín en "Holidays inthe Sun",  una de las canciones de su Never Mind the Bollocks de 1977.
Y por supuesto, David Bowie a través de su disco y canción “Héroes", inspirada en la relación sentimental de una pareja dividida por el muro.



Obviamente,  el celebre "Another Brick In The Wall", de Pink Floyd, canción que el grupo de rock sinfónico incluyó en su alegato contra la alienación, el álbum The Wall, que publicaron en 1979,  el que Alan Parker se inspiró años más tarde para hacer una compleja película del mismo  título, donde mezclaba a actores con  imágenes de archivo y espectaculares piezas de animación.




Lou Reed  publicó en 1973  su disco  Berlín  y la canción del mismo título, abría el  disco, aunque el tema ya formaba parte del repertorio de su anterior banda junto a Nico, la mítica Velvet Undergroud ...




Leonard Cohen convirtió Berlín en metáfora humana en su "First we take Manhattan".




Ya en tierra patria,  Joaquín Sabina grabó en 1990  la canción "El muro de Berlín"  en su álbum Mentiras Piadosas.

Arte

"Mujeres en Alexanderplatz" de E. L  Kirchner, 1911


George Grosz Metrópolis (1916-1917) Museo Thyssen Bornemisza (Madrid)

Las referencias  artísticas sobre  Berlín me vivieron especialmente a través del expresionismo alemán y más concretamente a través de los títulos de algunas obras de  E. L Kirchner o los crudos dibujos y grabados de George Groz  y Otto Dix.


Algunas de estas obras he tenido  la ocasión y la suerte  de verlas  en la exposición  In&Ex , Impresionismus  & Expresionismus que se celebraba estos días en el  Altes Museum de Berlín.

Cómic

La otra referencia, mas reciente,  la tengo en la novela gráfica a través de la trilogía sobre Berlín de Jason Luttes de la cual me he leído las dos primeras novelas  Libro 1: Ciudad de piedras (elegida por la revista Time como una de las 10 mejores novelas gráficas de todos los tiempos) y Libro 2: Ciudad de humo.

Viñeta de  "Berlín .Libro 1. Ciudad de piedras" de Jason Lutes

Literatura

En libros no tengo muchas referencias, tal  vez “Nox” una novela que leí hace mucho tiempo, Nox, de Thomas Hettche, que ya no tengo (tal vez me la prestó un amigo)  pero que a través de internet  he podido recuperar y refrescar  su trama:  Berlín en la noche del 9 de noviembre de 1989. el Muro ha caído. El delirio colectivo recorre la ciudad. Mientras la gente del Este y del Oeste se abrazan los unos a los otros, por las calles deambula una mujer que guarda un oscuro secreto.  Acaba de cometer un asesinato. Confusa y perpleja, erra escrutando una ciudad conmocionada por la alegría y la ilusión. Durante su vagabundeo en dirección al Este cruza la “cicatriz”, la antigua frontera, que tanto se parece a la que lleva en su cuerpo. Recrea, de forma surrealista, la noche de la caída del Muro, una noche en la que todo parece posible...





Fin del viaje y de la primera crónica berlinesa ,  gracias. 

miércoles, 6 de mayo de 2015

La soledad del corredor de fondo


La soledad del corredor de fondo (The Loneliness of the Long Distance Runner), 1962. Dir. Tony Richardson basada en en un relato de  1959 de Alan Sillitoe del mismo nombre Con guión del propio Alan Sillitoe.  Rodada en un rotundo  blanco y negro,  con fotografía (excelente)  de Walter Lassally. Música de  John Addison.

No me perdono no haber visto antes esta película. Hace algunas semanas vi un pequeño  fragmento (la escena final)  en el 17 Festival ZEMOS98, a raíz  de Los acantilados de la ficción,  un paseo cinematográfico por el  Código Fuente Audiovisual de Belén Gopegui.  Fui a verla  ayer completa por el jazz de su banda sonora en un ciclo sobre Cine y Jazz organizado por la asociación cultural  Apolo y Baco,   pero me traje de regalo  un aprendizaje invisible y poderoso de la película, que ya pude atisbar en la exposición de Gopegui :  La voluntad  de poder  decidir , la voluntad de no  servir a los intereses de quienes deciden por ti y te dicen qué tienes que hacer para tener éxito en la vida,  la voluntad  de rebelarse contra una sociedad que te  encasilla  y minusvalora,  de  los métodos educativos, represivos y obsoletos con los que ésta intenta reeducarte y conducirte por el buen camino. La resistencia como arma y como estrategia de autoafirmación. Nada que no esté de rabiosa actualidad.

SINOPSIS: Finales de los 50.  Colin Smith es el protagonista, un  joven rebelde de los suburbios industriales y grises horizontes  de Nottingham,  confinado en un duro reformatorio por robar en una panadería de su barrio, porque la ira y la frustración siempre acaban necesitando válvulas de escape, y eso no suele traer nada bueno..  Su única salida es   correr, algo que lleva haciendo toda su vida, pero esta vez no para escapar ("Me cogieron porque no corrí lo suficiente", decía Colin en un pasaje)  sino para ganar la carrera de larga distancia que todos los años se disputa entre el reformatorio y una escuela privada (y rica)  de la ciudad. El director de la institución está obsesionado con ganar esa carrera y hace sentirse al rebelde Colin como un privilegiado para motivarlo,  concediéndole favores, lo que hace que sus propios compañeros del internado recelen de él como el "protegido" del jefe. Hará todo lo posible para conseguirlo porque cree tener el poder de ganarse a las personas con su privilegiada situación de dominio psicológico y social como director del reformatorio y como representante del "poder".  Cree que lo ha convencido  de que "ganar" es su meta y su "redención" social. 

Y lo convence,  aparentemente...

Colin Smith está llegando a la meta. Tiene la carrera ganada. Todo el mundo lo ve, lo celebra, lo jalea ...

El director del reformatorio se frota las manos con "su" triunfo deportivo y pedagógico. Pero el agotamiento emocional de Smith es extremo y la cabeza del corredor de fondo de la vida se pone a funcionar para sacar fuerzas de flaqueza: recuerda su pasado, quién es, de dónde viene... pero, ¿a dónde va?  El ya no es ni quiere ser  ese joven ideal que sueña con trofeos,  bailes,  coches y chicas. ¿Tiene que correr para eso? 

¿Por qué alcanzar una meta que él no se ha propuesto? Mientras corre empieza a comprender lo que tiene que hacer,  va haciendo pequeñas paradas y toma aliento entre el vocerío que  le  espera a pocos metros de la meta.  Ahora él y nadie más decide si ésa es su meta y si tiene que alcanzarla para disfrute de quienes le han confinado como desecho humano que se debe reeducar. Ha elegido el camino más difícil que es pararse y pensar en el sentido de ganar. Ha elegido la resistencia como arma. Es Smith y es un corredor de fondo...


domingo, 15 de marzo de 2015

Los zapatos imaginarios de Shaw


Hace tiempo que ya no escribía por aquí. En verdad hace tiempo que "ya no" de  muchas cosas.  Como casi siempre sucede por estos lares medianiles de la vida,  uno hace o siente  las cosas sin saber si realmente tienen sentido.  Como escribir esta crónica, por ejemplo.   Ayer fui a visitar un museo,  un museo de arte moderno de esos  que  cuesta distinguir el mobiliario de las obras de arte. Y además,  ubicado en un antiguo monasterio cartujo que luego fue una reconocida fábrica de cerámica sevillana.  Al salir noté que había andado mucho, demasiado.   Hace unos días   también una pareja de  amigos del trabajo  me contaba que se habían pateado  los Uffizi  y otros museos y galerías de Florencia ...y una cosa me llevó a la otra,  a recordar algo que una vez le leí a Bernard  Shaw acerca de  que  alguien debería inventar unos zapatos especiales para visitar museos.. 

"Zapatos"  (1888)  Óleo/tela,  Vincent Van Gogh 

Y en verdad no estaba equivocada la senda de Shaw ,  tal vez sería buena idea alquilar junto a las audioguías  unos zapatos inteligentes tales que te  lleven en volandas  por los laberintos  del arte. Porque el arte se las trae y hay que  encajarlo  a veces con un gran  calzador. Y si no,  que se lo digan a esos miles y miles  de turistas estivales  que se agolpan  cada mañana a las puertas del Louvre, el MoMA o el Vaticano. Y más si pensamos que un  gran parte de esos turistas colectivos son contrarrelojistas culturales  que tienen el tiempo marcado a fuego  por las visitas guiadas  y que el número de visitas que pueden llegar a hacer en un día solo es cuestión  de plusmarca cultural y deportiva,  avalada  por cien megas de tarjeta en  cientos de fotos y no pocos kilómetros de museos recorridos. 

Detalle de  El modelo rojo (1935-1936) de René Magritte


Como hace tiempo que no escribía … ya me estoy perdiendo.  ¿Por dónde andaba?  Ah, si…calzándome  los imaginarios zapatos de Shaw.  Unos zapatos tales que  harían posible el milagro de hacerte  contemplar  en un par de horas  y sin fatigas diez  intensos siglos  de arte, con varios  bonus  track  tal vez para arañar unos minutillos más  para  engullirse con los ojos a La Gioconda o al Guernica de Picasso, eso sí, siempre en grata y abultada compañía de plusmarquistas culturales ávidos de records .  Eso sin contar que  se pierde un tiempo valioso si  encima el guía te recomienda mirar Las Meninas con un espejo  (que casualmente lleva uno  bien grande  en el bolsillo,  todo un detalle)  y entonces tú,  seducido por la curiosidad,  por un momento formas parte del cuadro en un juego cruzado de miradas  entre los personajes del cuadro, el espacio  y los  observadores  que se sienten a su vez  observados por los personales  del cuadro  y  donde siempre hay un daño colateral:   tu preciado y escaso tiempo.

"Polvo de diamante" (1980)  Serigrafía de Andy Warhol


Unos zapatos que resistan las idas y venidas,  adelante y atrás del cuadro hasta que  llegues a  averiguar ( porque la audioguía  te está retando  y a ti,  vamos,  los retos no se te resisten porque por algo eres  un auténtico  plusmarquista cultural)   que el caballero aquel  escondido  tras una columna al fondo,   casi en las bambalinas del cuadro Las Bodas de Caná,  es el propio pintor , vamos,  el mismísimo Veronese que viste  y calza (y pinta, por supuesto) .  Y encima te vas y no sabes quienes eran ni dónde estaban  los novios de la susodilla boda entre tanto gentío,  que ya les vale  -piensas-  como buen plusmarquista cultural,   con la crisis  que hay ahora como para montar un sarao como éste,  pagar el vino (no estará Jesús para convertirlo en caldo)  y encima terminas la visita y  nadie te dice que tardó en pintar el cuadro unos quince meses y que  por el  recibió como pago su  manutención durante todo ese tiempo y un barril de vino,  además de unos 324 ducados de oro  y que también  que sus  potentados  pagadores (los monjes benedictinos de Venecia)   le exigieron  que  parte de   ese dinero lo invirtiera  en que los cielos  y cierta proporción de los ropajes  fuesen pintados con el preciado y "celestial"  azul ultramar, a razón de 18 ducados la libra de pigmento.  Ahí es nada, que para eso lo traía de las indias de ultramar. Para colmo la obra permaneció durante muchísimo tiempo en el refectorio del monasterio hasta que Napoleón la confiscó en sus cruzadas llevándola a Francia donde se expuso en la primera planta del museo del Louvre.   Antonio Canova, un reconocido escultor neoclásico de origen veneciano,  negoció la devolución de muchísimas obras expropiadas por Napoleón  pero convenció al gobierno italiano para que la obra se conservara en el Louvre,   aunque con el tiempo ésta fue devuelta definitivamente a su  ciudad de origen, Venecia. 



"Las bodas de Caná"  de Paolo Veronese

Pero volvamos, volvamos  de nuevo a  esos  zapatos que  diligentemente  intentarán evitar que  al salir tengas una confusa mezcla  y ya no saber,   tras comprar postales  y alguna camiseta para los compromisos de regalos,   si aquella Venus era de Rubens o Tiziano,  o si la Torre de Babel era de Brueguel  el Joven,  el  Viejo o el de en medio, que seguro que también  pintaba ,  o si a aquella   Venus de Milo   le faltaban los brazos, las piernas o la cabeza o si era de mármol blanco o pintada  de exuberantes  y carnales colores.   Es como cuando ahora tienes que sufrir el suplicio televisivo de ver una película salpicada de pausas para los anuncios y llega un momento que los actores de la película se han metido en los anuncios y viceversa,  o pasas  de una película a otra o  a un documental casi sin darte cuenta. 
Como expresaría el gran Andrés  Rábago ( alias El ROTO)  en una de sus lúcidas  viñetas “¡Qué claridad de confusión ¡”



Al  final,  el  plusmarquista cultural termina reduciendo su visita  turística   a las obras que ya ha visto reproducidas mil veces en los libros de arte  o en  la guía de la ciudad.   Del Louvre te quedas con La Gioconda, la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo.  Del Prado, inevitablemente las Meninas de Velázquez,  el Dos de Mayo de Goya  o  Jardín de las Delicias de El Bosco.  Debes verlas porque si no las ves te dirán que para qué vas a Louvre o al Prado. Y  por si alguien aún  no te cree,  pues entonces te haces el selfie como prueba irrefutable de que, sí, efectivamente,  estuviste allí ...



 El caso es que muchos museos necesitarían toda un vida entera  para recorrerse pues  siempre hay algo que descubrir,  algo que la última vez pasamos por alto,  tal vez  algunas de esas piezas u obras menores  o de artistas desconocidos que quedaron eclipsadas  por el imán y fulgor de las grandes obras maestras. Para quienes están receptivos  a estas sorpresas  estas obras menores les dicen mucho más a su sensibilidad que las “all star” del museo. 




Mientras tanto no  se inventen estos maravillosos zapatos imaginados por Shaw lo mejor es no abusar y visitar solo aquellas salas que tus sufridos pies y tus ojos puedan soportar para que las interferencias  no perturben  nuestra  experiencia estética.  Aún recuerdo la borrachera visual   y  la fatiga mental  de mis  primeras  estancias en la Feria de ARCO.   No he conservado  casi ningún momento especial  de aquellos maratones de arte,   pero sí del impacto de ver casi en solitario  aunque fuesen unos cuantos minutos cuando las pocas visitas ya habían salido,   las Cuevas de Altamira  o algunos soberbios  Caravaggios  escondidos en las iglesias de Roma.  


A propósito de zapatos,  antes al poner  en esta entrada un cuadro de  las botas  de Van Gogh (un autorretrato en toda regla)   me he acordado  del  museo Wallraf-Richartz, que  fiel a su  filosofía expositiva,  organizó una exposición única y exclusivamente con otro de los famosos cuadros de Van Gogh,  sus "Par de botas viejas",  que lo ubicó en solitario  en una sala vacía.  Los expertos opinaron  que el objetivo de dicha estrategia era generar que el público reflexione y profundice sin interferencias  sobre ciertas obras. Mediante el aislamiento de la pintura en una galería y enfatizando su importancia a través de programas creativos, el museo tiene como objetivo que los visitantes se cuestionen sobre las grandes preguntas que la obra plantea: ¿por qué Van Gogh pintó dos zapatos viejos?, ¿de quién eran estos zapatos y qué podrían significar, antes y ahora?, ¿Cuál es la relación del arte con la realidad?, ¿Hasta qué punto la interpretación es siempre subjetiva?, ¿Cuál es el propósito del arte? ¿Qué  dirían  de  nosotros nuestros viejos zapatos pintados?

Par de botas viejas, Vincent Van Gogh 

En definitiva,  no se llega a Botticelli por el camino de Zurbarán o a Goya  tras fundir todo el arte gótico.   No se llega  a ningún sitio sin antes  disfrutar de los imprevistos  del viaje  … como decía Proust en algún pasaje de En busca del  tiempo perdido :   El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos sino en tener nuevos ojos.  Y nuevos zapatos,  añadiría Shaw.