domingo, 15 de marzo de 2015

Los zapatos imaginarios de Shaw


Hace tiempo que ya no escribía por aquí. En verdad hace tiempo que "ya no" de  muchas cosas.  Como casi siempre sucede por estos lares medianiles de la vida,  uno hace o siente  las cosas sin saber si realmente tienen sentido.  Como escribir esta crónica, por ejemplo.   Ayer fui a visitar un museo,  un museo de arte moderno de esos  que  cuesta distinguir el mobiliario de las obras de arte. Y además,  ubicado en un antiguo monasterio cartujo que luego fue una reconocida fábrica de cerámica sevillana.  Al salir noté que había andado mucho, demasiado.   Hace unos días   también una pareja de  amigos del trabajo  me contaba que se habían pateado  los Uffizi  y otros museos y galerías de Florencia ...y una cosa me llevó a la otra,  a recordar algo que una vez le leí a Bernard  Shaw acerca de  que  alguien debería inventar unos zapatos especiales para visitar museos.. 

"Zapatos"  (1888)  Óleo/tela,  Vincent Van Gogh 

Y en verdad no estaba equivocada la senda de Shaw ,  tal vez sería buena idea alquilar junto a las audioguías  unos zapatos inteligentes tales que te  lleven en volandas  por los laberintos  del arte. Porque el arte se las trae y hay que  encajarlo  a veces con un gran  calzador. Y si no,  que se lo digan a esos miles y miles  de turistas estivales  que se agolpan  cada mañana a las puertas del Louvre, el MoMA o el Vaticano. Y más si pensamos que un  gran parte de esos turistas colectivos son contrarrelojistas culturales  que tienen el tiempo marcado a fuego  por las visitas guiadas  y que el número de visitas que pueden llegar a hacer en un día solo es cuestión  de plusmarca cultural y deportiva,  avalada  por cien megas de tarjeta en  cientos de fotos y no pocos kilómetros de museos recorridos. 

Detalle de  El modelo rojo (1935-1936) de René Magritte


Como hace tiempo que no escribía … ya me estoy perdiendo.  ¿Por dónde andaba?  Ah, si…calzándome  los imaginarios zapatos de Shaw.  Unos zapatos tales que  harían posible el milagro de hacerte  contemplar  en un par de horas  y sin fatigas diez  intensos siglos  de arte, con varios  bonus  track  tal vez para arañar unos minutillos más  para  engullirse con los ojos a La Gioconda o al Guernica de Picasso, eso sí, siempre en grata y abultada compañía de plusmarquistas culturales ávidos de records .  Eso sin contar que  se pierde un tiempo valioso si  encima el guía te recomienda mirar Las Meninas con un espejo  (que casualmente lleva uno  bien grande  en el bolsillo,  todo un detalle)  y entonces tú,  seducido por la curiosidad,  por un momento formas parte del cuadro en un juego cruzado de miradas  entre los personajes del cuadro, el espacio  y los  observadores  que se sienten a su vez  observados por los personales  del cuadro  y  donde siempre hay un daño colateral:   tu preciado y escaso tiempo.

"Polvo de diamante" (1980)  Serigrafía de Andy Warhol


Unos zapatos que resistan las idas y venidas,  adelante y atrás del cuadro hasta que  llegues a  averiguar ( porque la audioguía  te está retando  y a ti,  vamos,  los retos no se te resisten porque por algo eres  un auténtico  plusmarquista cultural)   que el caballero aquel  escondido  tras una columna al fondo,   casi en las bambalinas del cuadro Las Bodas de Caná,  es el propio pintor , vamos,  el mismísimo Veronese que viste  y calza (y pinta, por supuesto) .  Y encima te vas y no sabes quienes eran ni dónde estaban  los novios de la susodilla boda entre tanto gentío,  que ya les vale  -piensas-  como buen plusmarquista cultural,   con la crisis  que hay ahora como para montar un sarao como éste,  pagar el vino (no estará Jesús para convertirlo en caldo)  y encima terminas la visita y  nadie te dice que tardó en pintar el cuadro unos quince meses y que  por el  recibió como pago su  manutención durante todo ese tiempo y un barril de vino,  además de unos 324 ducados de oro  y que también  que sus  potentados  pagadores (los monjes benedictinos de Venecia)   le exigieron  que  parte de   ese dinero lo invirtiera  en que los cielos  y cierta proporción de los ropajes  fuesen pintados con el preciado y "celestial"  azul ultramar, a razón de 18 ducados la libra de pigmento.  Ahí es nada, que para eso lo traía de las indias de ultramar. Para colmo la obra permaneció durante muchísimo tiempo en el refectorio del monasterio hasta que Napoleón la confiscó en sus cruzadas llevándola a Francia donde se expuso en la primera planta del museo del Louvre.   Antonio Canova, un reconocido escultor neoclásico de origen veneciano,  negoció la devolución de muchísimas obras expropiadas por Napoleón  pero convenció al gobierno italiano para que la obra se conservara en el Louvre,   aunque con el tiempo ésta fue devuelta definitivamente a su  ciudad de origen, Venecia. 



"Las bodas de Caná"  de Paolo Veronese

Pero volvamos, volvamos  de nuevo a  esos  zapatos que  diligentemente  intentarán evitar que  al salir tengas una confusa mezcla  y ya no saber,   tras comprar postales  y alguna camiseta para los compromisos de regalos,   si aquella Venus era de Rubens o Tiziano,  o si la Torre de Babel era de Brueguel  el Joven,  el  Viejo o el de en medio, que seguro que también  pintaba ,  o si a aquella   Venus de Milo   le faltaban los brazos, las piernas o la cabeza o si era de mármol blanco o pintada  de exuberantes  y carnales colores.   Es como cuando ahora tienes que sufrir el suplicio televisivo de ver una película salpicada de pausas para los anuncios y llega un momento que los actores de la película se han metido en los anuncios y viceversa,  o pasas  de una película a otra o  a un documental casi sin darte cuenta. 
Como expresaría el gran Andrés  Rábago ( alias El ROTO)  en una de sus lúcidas  viñetas “¡Qué claridad de confusión ¡”



Al  final,  el  plusmarquista cultural termina reduciendo su visita  turística   a las obras que ya ha visto reproducidas mil veces en los libros de arte  o en  la guía de la ciudad.   Del Louvre te quedas con La Gioconda, la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo.  Del Prado, inevitablemente las Meninas de Velázquez,  el Dos de Mayo de Goya  o  Jardín de las Delicias de El Bosco.  Debes verlas porque si no las ves te dirán que para qué vas a Louvre o al Prado. Y  por si alguien aún  no te cree,  pues entonces te haces el selfie como prueba irrefutable de que, sí, efectivamente,  estuviste allí ...



 El caso es que muchos museos necesitarían toda un vida entera  para recorrerse pues  siempre hay algo que descubrir,  algo que la última vez pasamos por alto,  tal vez  algunas de esas piezas u obras menores  o de artistas desconocidos que quedaron eclipsadas  por el imán y fulgor de las grandes obras maestras. Para quienes están receptivos  a estas sorpresas  estas obras menores les dicen mucho más a su sensibilidad que las “all star” del museo. 




Mientras tanto no  se inventen estos maravillosos zapatos imaginados por Shaw lo mejor es no abusar y visitar solo aquellas salas que tus sufridos pies y tus ojos puedan soportar para que las interferencias  no perturben  nuestra  experiencia estética.  Aún recuerdo la borrachera visual   y  la fatiga mental  de mis  primeras  estancias en la Feria de ARCO.   No he conservado  casi ningún momento especial  de aquellos maratones de arte,   pero sí del impacto de ver casi en solitario  aunque fuesen unos cuantos minutos cuando las pocas visitas ya habían salido,   las Cuevas de Altamira  o algunos soberbios  Caravaggios  escondidos en las iglesias de Roma.  


A propósito de zapatos,  antes al poner  en esta entrada un cuadro de  las botas  de Van Gogh (un autorretrato en toda regla)   me he acordado  del  museo Wallraf-Richartz, que  fiel a su  filosofía expositiva,  organizó una exposición única y exclusivamente con otro de los famosos cuadros de Van Gogh,  sus "Par de botas viejas",  que lo ubicó en solitario  en una sala vacía.  Los expertos opinaron  que el objetivo de dicha estrategia era generar que el público reflexione y profundice sin interferencias  sobre ciertas obras. Mediante el aislamiento de la pintura en una galería y enfatizando su importancia a través de programas creativos, el museo tiene como objetivo que los visitantes se cuestionen sobre las grandes preguntas que la obra plantea: ¿por qué Van Gogh pintó dos zapatos viejos?, ¿de quién eran estos zapatos y qué podrían significar, antes y ahora?, ¿Cuál es la relación del arte con la realidad?, ¿Hasta qué punto la interpretación es siempre subjetiva?, ¿Cuál es el propósito del arte? ¿Qué  dirían  de  nosotros nuestros viejos zapatos pintados?

Par de botas viejas, Vincent Van Gogh 

En definitiva,  no se llega a Botticelli por el camino de Zurbarán o a Goya  tras fundir todo el arte gótico.   No se llega  a ningún sitio sin antes  disfrutar de los imprevistos  del viaje  … como decía Proust en algún pasaje de En busca del  tiempo perdido :   El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos sino en tener nuevos ojos.  Y nuevos zapatos,  añadiría Shaw.